09/07/2025
Jorge Luis Borges, uno de los escritores más influyentes del siglo XX, dedicó una parte significativa de su vida y obra a explorar la naturaleza y el significado de los libros. Su profunda conexión con estos objetos, que para él eran mucho más que meros volúmenes de papel y tinta, se manifestó de diversas maneras a lo largo de su trayectoria. Prueba de ello fue la serie de conferencias que ofreció en 1978 en la Universidad de Belgrano, Buenos Aires, donde abordó sus temas predilectos: el tiempo, la inmortalidad, el cuento policial y, de manera inaugural y reveladora, el libro.

La elección del libro como tema para abrir sus intervenciones no fue casual. Es posible interpretar esta decisión como un gesto de profunda gratitud y reverencia hacia aquellos volúmenes que no solo moldearon su intelecto, sino que también forjaron su identidad como escritor y como persona. Borges, el lector insaciable, el erudito ciego que seguía comprando libros que no podía ver, siempre se complació en elogiar las obras que lo habían habitado, más que las que él mismo había signado con su nombre. Su célebre afirmación en “Elogio de la sombra” resuena con particular fuerza: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Esta frase encapsula la esencia de su relación con el libro: una relación de admiración, asimilación y profunda intimidad.
- El Libro: Una Extensión del Alma Humana
- El Libro en la Antigüedad: ¿Un Sucedáneo Efímero?
- El Libro Sagrado: Un Concepto Transformador
- El Libro como Espejo Nacional
- La Lectura como Felicidad: Montaigne, Emerson y Borges
- El Futuro Inmortal del Libro
- Preguntas Frecuentes sobre Borges y los Libros
- ¿Por qué Borges consideraba el libro una extensión de la memoria y la imaginación?
- ¿Cómo veían los antiguos griegos y romanos el libro, según Borges?
- ¿Qué es el concepto de “libro sagrado” según la perspectiva de Borges?
- ¿Por qué Borges decía que releer es más importante que leer?
- ¿Creía Borges en la desaparición del libro?
El Libro: Una Extensión del Alma Humana
Para Borges, el libro trascendía la mera categoría de objeto. En su conferencia, lo definió de una manera que ampliaba su comprensión, elevándolo a la categoría de “el más asombroso de los instrumentos creados por el ser humano”. A diferencia de otras invenciones humanas, que son extensiones físicas del cuerpo —el microscopio y el telescopio extienden la vista; el teléfono, la voz; el arado y la espada, el brazo—, el libro posee una cualidad única y trascendente. Es, para Borges, una extensión de la memoria y la imaginación.
Esta concepción es fundamental. Si la biblioteca de Alejandría era, como sugiere Bernard Shaw en “César y Cleopatra”, la memoria de la humanidad, entonces cada libro individual contribuye a esa vasta reserva de recuerdos y sueños. Borges argumentaba que nuestro pasado es, en esencia, una serie de sueños, y que la función del libro es precisamente esa: preservar y evocar tanto los recuerdos colectivos como las ficciones que alimentan nuestra imaginación. El libro no solo registra lo que fue, sino que también nos permite habitar mundos posibles, revivir experiencias ajenas y expandir los límites de nuestra propia conciencia más allá del espacio y el tiempo de nuestra existencia física.
Borges incluso consideró la posibilidad de escribir una historia del libro, no desde una perspectiva física o bibliófila (detestaba los libros “desmesurados” de los bibliófilos), sino desde la evolución de sus diversas valoraciones a lo largo de la historia. Aunque Spengler se le anticipó en “La decadencia de Occidente”, Borges se propuso profundizar en cómo la humanidad ha percibido y utilizado este instrumento asombroso.
El Libro en la Antigüedad: ¿Un Sucedáneo Efímero?
Una de las observaciones más sorprendentes de Borges sobre el libro es la diferencia en su percepción entre la antigüedad y la era moderna. Los antiguos, a su juicio, no profesaban el mismo culto del libro que tenemos hoy. Para ellos, el libro era a menudo un sucedáneo de la palabra oral, una especie de registro secundario y menos vital que el discurso hablado.
La famosa frase latina “Scripta manent verba volat” (lo escrito permanece, las palabras vuelan), comúnmente interpretada como una exaltación de la permanencia de lo escrito, era vista por los antiguos de una manera diferente. Para ellos, la palabra escrita era duradera, sí, pero también “muerta”, carente de la vitalidad y el carácter “alado” y “sagrado” que Platón atribuía a la palabra oral. Los grandes maestros de la humanidad, curiosamente, fueron predominantemente orales:
- Pitágoras: Deliberadamente, no escribió nada. Quería que su pensamiento viviera y se transformara en la mente de sus discípulos, más allá de la rigidez de una palabra escrita. De ahí la importancia de la frase “Magister dixit” (el maestro lo ha dicho), que no significaba sumisión, sino la libertad de seguir desarrollando el pensamiento inicial del maestro.
- Platón: A pesar de ser un prolífico escritor, Platón expresó su escepticismo sobre los libros, comparándolos con “efigies” que, aunque parecen vivas, son mudas y no pueden responder preguntas. Para corregir esta mudez, inventó el diálogo, una forma de multiplicar las voces y simular la interacción oral, y quizá también una manera de mantener viva la presencia de su propio maestro, Sócrates, quien tampoco dejó nada escrito.
- Cristo y Buda: Ambos fueron maestros orales por excelencia. De Cristo, se sabe que escribió una sola vez, palabras que la arena se encargó de borrar. Buda dejó sus prédicas, transmitidas y recogidas posteriormente.
El pensamiento antiguo también reflejaba una cautela ante el libro. San Anselmo, por ejemplo, advirtió: “Poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en manos de un niño”. En Oriente, aún persiste la idea de que un libro no debe revelar las cosas directamente, sino que debe servir como un “acicate” para que el lector las descubra e interprete por sí mismo, como ocurre con textos cabalísticos como el Zohar o el Séfer Yezira, que están diseñados para ser interpretados, no simplemente entendidos.
Incluso el respeto por Homero, aunque grande (Alejandro Magno dormía con la Ilíada bajo su almohada), no alcanzaba la categoría de lo sagrado. Platón pudo desterrar a los poetas de su República sin ser acusado de herejía, un testimonio de que los textos no se consideraban inmutables o divinamente inspirados.
Séneca, en una de sus epístolas, criticó a un vanidoso con una biblioteca de cien volúmenes, preguntándose quién podría tener tiempo para leer tantos. Esto contrasta drásticamente con la valoración moderna de las bibliotecas numerosas, un reflejo de cuánto ha cambiado nuestra relación con el libro a lo largo de los siglos.

El Libro Sagrado: Un Concepto Transformador
La visión del libro como un mero sucedáneo de la palabra oral cambió drásticamente con la llegada de un concepto radicalmente nuevo, originario de Oriente: el del libro sagrado. Este concepto, ajeno a la antigüedad clásica, transformó la percepción del libro, dotándolo de una santidad y una autoridad sin precedentes.
El Corán y la Biblia: Ejemplos de Libros Divinos
Borges citó dos ejemplos fundamentales de esta nueva concepción:
- El Corán: Para los musulmanes, el Corán no es solo una obra de Dios, sino uno de sus atributos, anterior a la creación y a la propia lengua árabe. Se habla de una “madre del libro”, un ejemplar celestial que es el arquetipo platónico del Corán terrenal. Esta concepción implica que cada palabra, cada letra, cada sílaba está divinamente justificada y no es producto del azar.
- La Biblia (Torá/Pentateuco): Para los hebreos, la Torá fue dictada por el Espíritu Santo. Es un hecho curioso, como señaló Borges, que obras literarias de diversas épocas y autores fueran atribuidas a un solo espíritu. Sin embargo, la Biblia misma afirma que “el Espíritu sopla donde quiere”, lo que permite esta atribución unificada.
La idea de que un libro es dictado por una entidad divina, donde “nada es casual, absolutamente nada”, lleva a la cábala y al estudio minucioso de las letras, su valor numérico y sus combinaciones. Es un contraste marcado con la vaga noción de la “musa” homérica, que representaba una inspiración más difusa. En el concepto de libro sagrado, Dios mismo “condesciende a la literatura”, escribiendo un libro en el que cada detalle tiene un significado profundo y predeterminado.
Bernard Shaw, con su agudeza característica, capturó esta idea al responder si creía que el Espíritu Santo había escrito la Biblia: “Todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el Espíritu”. Esto implica que un libro verdadero trasciende la pobre y falible intención de su autor humano, adquiriendo una riqueza y una profundidad que lo hacen inagotable para la relectura. El Quijote, por ejemplo, es mucho más que una sátira de los libros de caballería; es un texto absoluto en el que el azar no interviene.
El Libro como Espejo Nacional
Otro concepto fascinante que Borges exploró es la idea de que cada país está representado por un libro o un autor. Los musulmanes, por ejemplo, llamaban a los israelitas “la gente del libro”, y Heinrich Heine afirmó que la patria de la nación judía era la Biblia.
Lo curioso, según Borges, es que los países a menudo eligen como sus representantes a individuos que no son “típicamente” ellos, como si buscaran una suerte de “antídoto” o “contraveneno” para sus propios defectos:
| País | Representante Nacional | Características del Autor/Obra | Contraste con el País |
|---|---|---|---|
| Inglaterra | Shakespeare | Tendencia a la hipérbole, vastas metáforas. | Menos inglés que otros, ya que lo típico de Inglaterra es la discreción (understatement). |
| Alemania | Goethe | Hombre tolerante, no fanático, no excesivamente patriótico. | Contraste con un país “tan fácilmente fanático”. |
| Francia | Victor Hugo | Grandes decoraciones, vastas metáforas. | Considerado “extranjero en Francia” por su estilo no típicamente francés. |
| España | Miguel de Cervantes | Tolerante, sin los vicios ni virtudes españoles de su época (Inquisición). | Contraste con la España de la Inquisición, eligiendo a un hombre tolerante. |
| Argentina | Martín Fierro (José Hernández) | Crónica de un desertor. | Contraste con una historia militar, de espada, eligiendo un libro que representa la deserción. |
Esta elección de un “otro” como representante sugiere una necesidad de los países de complementarse, de reflejar una faceta que quizá no sea la más obvia o la más cómoda, pero que encarna una aspiración o una corrección de sus propias características.
La Lectura como Felicidad: Montaigne, Emerson y Borges
Para Borges, la lectura era una fuente inagotable de felicidad. Se refería a Montaigne, quien en uno de sus ensayos sobre el libro afirmó: “No hago nada sin alegría”. Montaigne sostenía que la lectura obligatoria es un concepto falso; si un pasaje es difícil, debe dejarse, porque la lectura debe ser un placer, no un esfuerzo. Borges, en sintonía con esta idea, consideraba que un escritor como Joyce, cuya obra exige un esfuerzo desmesurado, había “fracasado esencialmente”. La felicidad, y por ende la lectura, no debe requerir un esfuerzo.
Ralph Waldo Emerson, en su conferencia sobre los libros, complementa esta visión. Para él, una biblioteca es un “gabinete mágico” donde los mejores espíritus de la humanidad están encantados, esperando ser despertados por nuestra palabra al abrir un libro. Emerson instaba a buscar la compañía de estos grandes hombres directamente en sus obras, en lugar de perderse en comentarios o críticas.
Borges, como profesor de literatura, siempre aconsejó a sus estudiantes: “tengan poca bibliografía, que no lean críticas, que lean directamente los libros; entenderán poco, quizá, pero siempre gozarán y estarán oyendo la voz de alguien”. Para él, la entonación, la voz del autor que llega al lector, es lo más importante. La lectura es una forma de felicidad superior, incluso, a la creación poética, la cual veía como una “mezcla de olvido y recuerdo de lo que hemos leído”.
Su propio hábito de releer era fundamental. Borges creía que releer es más importante que leer por primera vez, pues permite profundizar en la obra, descubrir nuevas capas de significado y entablar un diálogo más íntimo con el texto. A pesar de su ceguera, Borges continuó comprando libros, llenando su casa con ellos. Sentía la presencia de cada volumen, incluso si no podía leerlo, como una “gravitación amistosa”, una fuente de felicidad tangible.

El Futuro Inmortal del Libro
Ante la recurrente predicción de la desaparición del libro, Borges se mostró rotundamente escéptico. Para él, la diferencia entre un libro y un periódico o un disco es abismal. Un periódico se lee para el olvido, un disco se oye para el olvido; son mecánicos y, por lo tanto, frívolos. Un libro, en cambio, se lee para la memoria.
Aunque la creencia en el libro sagrado pueda haber disminuido en la conciencia popular, Borges argumentaba que el libro conserva una “cierta santidad” que no debemos perder. Abrir un libro es abrir la posibilidad del hecho estético. Un libro cerrado es solo un “cubo de papel y cuero”, pero al leerlo, ocurre algo “raro”: el libro cambia cada vez que lo leemos, porque nosotros, los lectores, somos tan fluidos y cambiantes como el río de Heráclito. Cada relectura es un encuentro con un libro transformado, enriquecido por el tiempo, por las lecturas de otros, por la evolución de nuestra propia conciencia.
Los lectores, a lo largo de las generaciones, han ido enriqueciendo obras como Hamlet, el Quijote o el Martín Fierro. Leer un libro antiguo es, en cierto modo, leer todo el tiempo que ha transcurrido desde su escritura hasta el presente. Por ello, Borges instaba a mantener el culto del libro, no con una superstición ciega, sino con el deseo de encontrar en sus páginas felicidad y sabiduría. Para Borges, un mundo sin libros era simplemente inimaginable; son la mejor memoria de nuestra especie, un acto de fe y un gabinete donde se guardan los mejores pensamientos. Su legado nos invita a seguir explorando y valorando este asombroso instrumento que nos permite trascender los límites de nuestra propia existencia y conectar con la inagotable riqueza de la memoria y la imaginación humanas.
Preguntas Frecuentes sobre Borges y los Libros
¿Por qué Borges consideraba el libro una extensión de la memoria y la imaginación?
Borges veía el libro como una extensión de estas facultades porque, a diferencia de otras herramientas que prolongan capacidades físicas, el libro permite almacenar y acceder a vastos conocimientos y narrativas, trascendiendo las limitaciones individuales de la memoria y abriendo puertas a mundos y conceptos que la imaginación, por sí sola, no podría abarcar o retener de la misma manera. El libro es un puente entre mentes y tiempos.
¿Cómo veían los antiguos griegos y romanos el libro, según Borges?
Para Borges, los antiguos no tenían el mismo “culto” por el libro que nosotros. Lo consideraban un sucedáneo de la palabra oral, algo duradero pero “muerto” en comparación con la vitalidad del discurso hablado. Maestros como Pitágoras o Cristo elegían la transmisión oral, y filósofos como Platón expresaban escepticismo sobre la capacidad de los libros para responder preguntas, a diferencia del diálogo vivo.
¿Qué es el concepto de “libro sagrado” según la perspectiva de Borges?
El concepto de “libro sagrado” surgió de Oriente y difiere radicalmente de la visión antigua. Para Borges, un libro sagrado, como el Corán o la Biblia, es una obra dictada por una divinidad, donde cada elemento (palabras, letras, incluso su valor numérico) está justificado y no es producto del azar. Va más allá de la intención humana del autor, adquiriendo una profundidad y autoridad infinitas.
¿Por qué Borges decía que releer es más importante que leer?
Borges sostenía que releer es fundamental porque el lector, al igual que el río de Heráclito, cambia constantemente. Cada nueva lectura de un mismo libro se convierte en una experiencia diferente, ya que el lector aporta nuevas perspectivas, conocimientos y estados de ánimo. Esto permite descubrir nuevas capas de significado y profundizar en la obra, revelando su riqueza inagotable que trasciende la intención original del autor.
¿Creía Borges en la desaparición del libro?
No, Borges era un firme defensor de la inmortalidad del libro. Argumentaba que, a diferencia de medios efímeros como periódicos o discos, que se usan para el olvido, el libro se lee para la memoria. Para él, el libro posee una “cierta santidad” y la capacidad intrínseca de ofrecer el “hecho estético” y la sabiduría, cualidades que aseguran su permanencia a pesar de los avances tecnológicos.
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